El 24 de abril de 1933 falleció en Buenos Aires el gran literato Ricardo Jaimes Freyre. Como se sabe, era un boliviano “tucumanizado”, ya que vivió, enseñó y actuó destacadamente en nuestra ciudad durante dos décadas, de 1901 a 1921. Al día siguiente de su muerte, Alberto Rougés escribió a Ernesto Padilla, complacido por la nota necrológica que “La Nación” le había dedicado.
Pensaba que la comprensión que existe en Buenos Aires “de los valores de la cultura, nos consuela de nuestra incultura. Felizmente para Tucumán, hubo aquí gente que supo apreciarlo y que le hizo llevadera su vida en ésta. Felizmente hubo gobiernos cultos que le tendieron la mano. Sin eso, la hostilidad sorda de las pequeñas famas literarias de aquí, que no se resignaban a desaparecer, hubiera concluido con Jaimes, lo hubiera hecho emigrar. Desde esos gobiernos ya lejanos, hasta ahora, la cultura ha sido desterrada de la Casa de Gobierno, salvo en la intervención de (Tito Luis) Arata, en que se rindió a Miguel Lillo un grandioso homenaje”.
El 2 de mayo, Padilla le contestaba y compartía sus conceptos sobre el poeta. Agregaba que “ahora se buscan sus libros: se me ha pedido con interés que proporcione ejemplares de ‘Los sueños son vida’. Con la falta de biblioteca propia, yo he perdido los ejemplares de sus versos y hasta de aquel que hizo sobre la técnica de los mismos (se refería a “Leyes de la versificación castellana”, de 1912). Voy a procurar tenerlos en mi poder”. Pedía a Rougés que le informara si se había publicado aquel ameno texto de Jaimes Freyre titulado “Epístola sobre los lugares comunes”.